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Del voto a la participación política efectiva de las mujeres latinoamericanas: un camino a medio recorrer

Por Beatriz Michell De Gregorio*

La igualdad entre hombres y mujeres avanza en nuestro continente, pero no es suficiente. Si en el año 2000 la presencia de las mujeres en los parlamentos de América Latina y el Caribe era de un 13,3 %, actualmente ronda el 29 %, según datos de la Unión Interparlamentaria.

Muchos factores pueden explicar este fenómeno, pero un dato de la causa que no podemos obviar es que la gran mayoría de los países de nuestra región tienen ley de cuotas de género, que sin duda ayudan. Una demostración de esto es México, donde la balanza se inclina a favor de las mujeres con una presencia de 50 % en la Cámara de Diputados y 49,2 % en el Senado.

Sin embargo, esta no es la regla y si miramos el panorama regional, lejos estamos del ansiado 50 y 50 que podría representar la realidad demográfica mundial: la mitad de los seres humanos que habita este planeta son mujeres. Es decir, la mitad de la humanidad no está debidamente representada en las instituciones democráticas, a pesar de que cada vez las mujeres parecen estar más empoderadas y, sí, también organizadas. ¿Qué es, entonces, lo que pasa?

“Las mujeres siguen estando marginadas en gran medida de la esfera política en todo el mundo, a menudo como resultado de leyes, prácticas, actitudes y estereotipos de género discriminatorios, bajos niveles de educación, falta de acceso a servicios de atención sanitaria, y debido a que la pobreza las afecta de manera desproporcionada”, dice la resolución de Naciones Unidas sobre la participación de la mujer en la política (2011), que insta a los Estados a tomar medidas para garantizar este derecho, que las mujeres han tenido que exigir a punta de batallas y rebeliones.

Solo una palabra: igualdad

Mucha agua ha pasado bajo el puente desde que en el siglo pasado las feministas sufragistas de América Latina comenzaron a levantar la demanda de la participación política en torno al derecho al voto con solo una palabra como consigna: igualdad. Con todos los poderes en sus manos, el patriarcado se opuso: las tradiciones de la familia se derrumbarían, los roles de género se diluirían y el orden social peligraría.

Las primeras en lograrlo fueron las ecuatorianas, en 1929. Les siguieron brasileñas y uruguayas en 1932, las cubanas en 1934, las argentinas y venezolanas en 1947, las costarricenses y chilenas en 1949, y en los años posteriores -hasta 1961- se logró el derecho a voto en Bolivia, México, Honduras, Nicaragua, Perú, Colombia y Paraguay. Pero incluso con ese triunfo, en un inicio el derecho no fue para todas: en varios de estos países se restringió el derecho a voto para un tipo de elección (por ejemplo, municipal), o solo para mujeres letradas.

Hoy, en todo nuestro continente las mujeres acuden a las urnas para elegir a sus representantes de manera natural, gracias a Matilde Hidalgo (Ecuador), Elvia Carrillo (México), Elena Caffarena (Chile) y tantas otras que se rebelaron ante la imposición de vivir encerradas entre las cuatro paredes de la vida privada para conquistar el espacio público, el de la acción política.

Hoy, a un siglo de los movimientos sufragistas, las mujeres todavía se enfrentan a vallas estructurales que las alejan de la participación política efectiva. Leyes e instituciones discriminatorias; menor educación, contactos y recursos que los hombres para entrar y mantenerse en la política; dificultades para compatibilizar los roles de cuidados con los de dirigente política… la lista de barreras es larga y se corona con la extendida violencia política de género.

“Finalmente me atraparon, me golpearon brutalmente, me expusieron públicamente; me mostraban con su gente y decían: ‘esto te pasa por meterte en asuntos del pueblo’. En ese momento fue quedándome más claro que todas las agresiones anteriores y ésta eran por pronunciarme, por denunciar, por acompañar a las mujeres, por hacer cosas que según el punto de vista de estos caciques, de este sistema arraigado patriarcal, no deberíamos hacer las mujeres”, relata la exdiputada mexicana Elisa Zepeda Lagunas en un libro de ONU Mujeres que relata nueve casos de violencia política de género en distintos países de América Latina.

Situaciones como esa pasan a formar parte de un largo catálogo de prácticas que se constituyen como violencia, que van desde apagarle el micrófono a una concejala cuando está hablando o denostarla con lenguaje sexista, hasta agredirla físicamente. Otras tantas, que no se definen como violencia, se catalogan como discriminación.

En entrevista con la plataforma Im.pulsa en español, tres mujeres constituyentes relataron cómo fue para ellas el ejercicio del poder en espacios tradicionalmente reservados para hombres. Una de ellas, María del Rosario Ricaldi (Bolivia), recordó que “por ser mujer te discriminaban, no tenías posibilidad de estar en la lista de oradores en la Constituyente: ‘no, que estén él y él, tienen mejor discurso’, decían. Claro, generalmente ellos han hablado y por lo tanto tienen mejor discurso (…) teníamos que buscar estrategias para hacernos escuchar”.

Pero María del Rosario, junto con Betty Tola (Ecuador) y Gabriela Rodriguez (México) también recuerdan cómo con estrategias conjuntas, redes y vínculos con las organizaciones de base fueron venciendo esas trabas, construyendo sociedades más igualitarias y abriendo camino para que más mujeres ingresen a la política a transformar la realidad.

El aporte que pueden hacer las mujeres desde cargos de poder es significativo: desde impulsar agendas de género hasta dotar de mayor representatividad y legitimidad a las estructuras democráticas. De ahí surge la importancia de generar redes de formación entre mujeres para compartir experiencias y conocimientos en incidencia, campañas políticas, gobierno y todas las materias que les permitan tomar la decisión de entrar a la política, desarrollar campañas políticas triunfadoras y mantenerse en los cargos de poder.

Desde el inicio de la historia y progresivamente las mujeres se han ido rebelando. Repetidamente en la historia, las mujeres han demostrado su capacidad para liderar procesos de transformación social y constituirse como agentes de cambio. Recordemos a las heroínas de nuestras independencias, o a las emancipadoras negras e indígenas; miremos a las lideresas que desde su realidad local han generado tejido social para luchar por sus derechos y los de sus comunidades; y a las que han llevado a la política institucional los sueños de tantas. Ejemplos sobran. Ahora el camino es tuyo, es nuestro: sigamos construyendo la historia de nuestros pueblos, nuestra historia, la que nos incluye a todas y todos en igualdad.

* Beatriz Michell De Gregorio es periodista. Fue corresponsal en Chile y en otros países de América Latina. Ha trabajado asesorando a mujeres candidatas y en el poder. Hoy coordina la plataforma Im.pulsa en español, que busca inspirar y entregar herramientas a mujeres para que ingresen a transformar la política.

Esta columna fue publicada en el periódico Animal Político el 30 de marzo de 2022, gracias a la invitación que realizó nuestra aliada Aúna (@AunaMexico)Puedes leer aquí la columna en Animal Político